Otra obra sublime de Facundo de Frambuesas
Boris, el cohete y las hienas.
Capítulo 1. El día del Cohete.
- Claro que es un excelente día para lanzar nuestro cohete difusor, pero ¡¡¡no lo haremos!!!
Boris se quejo un poco, resopló incómodo y replicó.
- Vete al infierno Mc Arthur.
Capitulo 2. Las Hienas.
El sol se hinchó anaranjado en el cielo con ansias incontenibles explotar, finalmente desapareció bajo el horizonte. La noche obligadamente desplegó un manto de viejas incertidumbres y deudas sin saldar. Mc Arthur empuñó su cuchillo de manera tan extraña como sólo él acostumbraba hacer las cosas, cortó la cuerda y se hechó a gritar como un marrano.
- ¡¡¡Ahora si!!!! ¡¡¡Ahora van a ver!!! ¡¡¡Bastardos, sucios bastardos!!!
Corría como endemoniado y esa renguera que solía disimular con tanto esmero quedaba ahora en evidencia dándole una apariencia grotesca. Tomó un buen trozo de carne, se lo colocó en equilibrio sobre el hombro izquierdo y volvió a gritar.
- ¡¡¡Bastardos!!! ¡¡¡Querían carne!!! ¡¡¡Querían matar a este viejo!!! ¡¡¡AHH MAULAS!!!
Metió nuevamente su finísimo y enrojecido brazo en el saco y sacó un manojo de tripas del animal que aún estaban tibias. Su rostro estaba desaparecido por la sangre, sus ojos se movían de aquí para allá frenéticamente mientras escudriñaban cada rincón de la callejuela, le salía espuma por la boca y no paraba de jadear. Comenzaban a escucharse los quejidos y las risas ya no tan lejanas. Pezuñas que rascaban el adoquín. Rechinar de mandíbulas tan fuertes como las del diablo mismo. Si el fin había de llegar, llegaría para todos. Con el aliento suspendido en el tiempo y tan fino como un hilo de seda Mc Arthur cruzó el arco que dividía al pueblo del lo demás a toda velocidad. Corría como poseído. La gente ya había salido a la calle atraída por el bullicio y nadie pudo creer lo que veía cuando el viejo zorro cruzó rengueando la plaza mayor. El sonido de las cargas se dejó escuchar entre el de las risas y quejidos porque eran varios cientos. El estruendo de las descargas fue ensordecedor y no hubo alma que no se estremeciera aquella noche al ver al pobre viejo arrastrándose como escuerzo aún con varios kilos de plomo en el interior de su despedazado cuerpo.
El llanto de Mc Arthur se tornaba en risa y nuevamente en llanto. Sus gritos que destilaban odio y se habían tornado ya inentendibles, se ahogaron en la inmensa oscuridad. Habían llegado.
Capitulo tres. Ignición y fin.
Sollozando Boris quitó el protector y el brillo era tan intenso que debió desviar la mirada.
- Lo siento viejo amigo, pero este pequeño debe volar.
Al presionar el botón, el dedo de Boris estaba muy pesado y parecía latir, arrastraba consigo la traición, el engaño, el orgullo y la muerte.
Al ver al cohete alejarse y perderse en el cielo Boris se sintió triste y aliviado, satisfecho y sucio, alegre y enojado, enorme e insignificante - debía volar – dijo.
Facundo de Frambuesas.
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